martes, 28 de mayo de 2013

ZIGURATS: LAS ENIGMÁTICAS MONTAÑAS DE MESOPOTAMIA

          El zigurat es el monumento más célebre de Mesopotamia y el símbolo que mejor caracteriza a las civilizaciones que habitaron esta región del Oriente Próximo. Sin embargo, pese a su carácter emblemático, todavía comprendemos mal esas torres escalonadas que toda ciudad mesopotámica de cierta entidad política, cultural o religiosa se enorgullecía de tener en su entramado urbano.
Los arqueólogos han creído identificar un número considerable de zigurats en el país del Tigris y del Éufrates. El francés André Parrot nos habla, en su libro Zigurats et la Tour de Babel, de la existencia de veintisiete monumentos de este tipo. En la actualidad sabemos que este número es erróneo, pues Parrot interpretó como torres escalonadas edificios que en realidad no lo eran. A partir de los datos disponibles, el país mesopotámico debió albergar a lo largo de su historia un total de dieciséis  zigurats: diez en la parte meridional (Kish, Ur, Borsippa, Nippur, Uruk, Larsa, Eridu, Sippar, Dur Kurigalzu y Babilonia) y seis en la zona norte (Kalhu, Dur Sharrukin, Asur, Kar Tukulti-Ninurta, Nínive y Tall al-Rimah). A esta lista se pueden añadir los zigurats de Choga Zanbil (Untash Napirisha) y, tal vez, el de Tepe Sialk, ambos en Irán.  

Restos del zigurat de Asur.

¿Qué era exactamente un zigurat? Se trata de un monumento religioso de la antigua Mesopotamia en forma de alta terraza con varios niveles y un templo sobre la cima, al que se accedía por rampas o escaleras. Ésta y otras definiciones ponen el acento sobre la principal característica de estos edificios, que no es otra que su estructura general escalonada, formada mediante la superposición de terrazas o pisos cuyo tamaño iba decreciendo de manera progresiva conforme se ascendía.

Lamentablemente, no se ha encontrado ningún zigurat completo. Este hecho está directamente relacionado con el material constructivo empleado. Este material es el adobe, como era la norma en una región dominada por la arquitectura de tierra. Los adobes, una vez secados al sol, se disponían en hiladas superpuestas entre las que se intercalaban, a intervalos regulares, lechos de cañas y otros elementos vegetales para reforzar la cohesión interna y la solidez de la construcción. Con esta técnica se construía el núcleo del monumento, que normalmente se revestía con una gruesa capa de ladrillos cocidos en hornos, mucho más resistentes que el adobe crudo.

A pesar de no conocer ningún zigurat de forma íntegra, los vestigios localizados y algunos textos antiguos nos permiten reconstruir su aspecto general. Eran edificios de adobe, totalmente macizos, de planta cuadrada o rectangular y compuestos por un número de terrazas que puede variar entre tres (caso de Ur) y seis (caso de Babilonia). Una serie de ingeniosos sistemas de evacuación de aguas y de canalillos de aireación contribuían a evitar el rápido deterioro de la gran masa interna. A la cima, lugar donde se ubicaba el templo, se accedía a través de escaleras monumentales.

           Restos de zigurats se han identificado con seguridad en más de una docena de yacimientos mesopotámicos. Además, hay que tener en cuenta que todos no funcionaron de forma simultánea. De hecho, sabemos que este particular edificio tuvo una vida prolongada (de aproximadamente 1.500 años) dentro de la historia de Mesopotamia. El más antiguo de ellos es el que mandó levantar en la ciudad de Ur el rey sumerio Ur-Nammu (2112-2095 a.C.). El más reciente es el de Babilonia, la célebre torre de Babel, cuyo aspecto final se debe a las obras patrocinadas por el rey Nabucodonosor II (604-562 a.C.).



Zigurat de la ciudad de Ur.

A pesar de no ser ni el más antiguo ni el mejor conservado de todos ellos, el zigurat levantado en la ciudad de Babilonia es el más célebre en nuestros días. Ello obedece paradójicamente a su presencia en dos relatos ajenos a la civilización que lo construyó. Nos referimos al Antiguo Testamento y a la obra del historiador griego Heródoto.

Si el aspecto exterior de los zigurats se conoce de forma aproximada, resulta muy difícil establecer la función para la que éstos fueron edificados en el corazón de las principales ciudades mesopotámicas. La etimología poco aclara en este sentido. El término zigurat procede del sustantivo acadio ziqqurratu, que según el Assyrian Dictionary de la Universidad de Chicago se puede traducir por “templo-torre” o “cima de la montaña”. Este sustantivo deriva del verbo acadio zaqāru que significa “construir en alto”. Resulta evidente que la etimología de la palabra zigurat nos conduce a un campo meramente descriptivo, al indicarnos que se trata de un monumento construido en alto, comparable a la cima de una montaña. Realmente los zigurats tenían el aspecto de una montaña artificial, de un enorme podio o superestructura que destacaba en la llanura aluvial de Mesopotamia. Sobre la superficie de esta montaña se circulaba o caminaba (no se entraba, dado su carácter macizo) para dirigirse hasta el templo que descansaba sobre su cima.

¿Cuál era la naturaleza y la función de estos edificios de tierra? Se sabe que no se trataba de una tumba al modo de la pirámide egipcia como indica el geógrafo griego Estrabón, ni de un observatorio astronómico como dice Diodoro de Sicilia, aunque allí se hayan podido efectuar este tipo de observaciones a las que eran tan aficionados los babilonios. El historiador griego Heródoto nos ha transmitido un relato sobre el ritual que pudo llevarse a cabo en el templo del zigurat de Babilonia, según le contaron los sacerdotes caldeos: “Pero sobre la última torre hay una gran capilla, y en la capilla hay una gran cama ricamente dispuesta y a su lado se encuentra una mesa de oro. Pero estatua no hay allí erigida ninguna; y durante la noche no puede quedarse allí persona alguna fuera de una sola mujer del país, aquella que el dios elige entre todas, según refieren los caldeos, que son los sacerdotes de este dios. Y estos mismos sacerdotes afirman, aunque para mí no es digno de crédito lo que dicen, que el dios en persona visita la capilla y duerme en la cama, de la misma manera que sucede en Tebas de Egipto”.

Heródoto nos describe, a su manera, el matrimonio sagrado que se desarrollaba durante las fiestas del Año Nuevo; en ellas la divinidad, representada por el rey, se unía a una sacerdotisa de acuerdo con un ritual orientado a asegurar la prosperidad del país mediante el favor de los dioses.

Reconstrucción del zigurat de Uruk (VAM 2013).

El sistema de funcionamiento de un zigurat continúa siendo un enigma para los historiadores, a pesar de su indiscutible carácter religioso. Los mesopotámicos no nos han transmitido con claridad la razón de ser de estos impresionantes monumentos de tierra. Para un habitante de la antigua Mesopotamia resultaba innecesario describir qué era un zigurat. Es evidente que el escriba asirio o babilónico consideraba banal explicar a sus contemporáneos conceptos fuertemente arraigados en la sociedad de aquella época. Los zigurats, esas montañas enigmáticas para los arqueólogos de hoy, entrarían dentro de esos conceptos.

Para saber más: 
Parrot, A. Zigurats et la tour de Babel, París 1949.
Montero Fenollós, J.L. ed. La torre de Babel. Historia y mito. Murcia 2010.

domingo, 19 de mayo de 2013

LAWRENCE DE ARABIA: ARQUEÓLOGO EN ORIENTE

“Pocos minutos después de las ocho de la mañana del domingo, día 19 de mayo del año 1935, moría Lawrence de Arabia, a causa de las heridas recibidas en un accidente motociclista que sufrió en la carretera de Dorset [condado situado en el suroeste de Inglaterra].” Con estas palabras describía el periodista Lowell Thomas la muerte del “moderno caballero de Arabia”, que había conocido en la ciudad vieja de Jerusalén.
 
T.E. Lawrence ataviado al estilo árabe.
Hoy se cumplen 78 años de aquel triste suceso que puso fin a la inigualable vida del ciudadano británico Thomas Edward Lawrence cuando tan sólo contaba con 47 años de edad. Lawrence es universalmente conocido por sus hazañas en el levantamiento del pueblo árabe contra la dominación turco-otomana durante la Primera Guerra Mundial, de ahí el sobrenombre de “Lawrence de Arabia”. Su singular personalidad ha quedado plasmada en su célebre obra Los Siete Pilares de la Sabiduría (1926) y su vida ha sido inmortalizada por la película interpretada por Peter O’Toole (1962), que fue rodada en gran parte en el desierto de Almería.
 
 
Su papel en la revuelta de las tribus árabes, su nombramiento como militar adscrito al Servicio de Inteligencia británico y su trabajo como asesor para asuntos del mundo árabe en el gabinete de Winston Churchill pusieron fin a su verdadera pasión, que no era otra que la arqueología y la historia. Era un gran lector de los autores clásicos (como César o Jenofonte) y de la literatura medieval. Fue precisamente su interés por el pasado el que le indujo a viajar por vez primera a Oriente Próximo. El objetivo de su primer viaje, realizado en 1909, era conocer de cerca los castillos de los cruzados de Siria y Palestina, pues su tesis en el Jesus College de Oxford consistía en un estudio sobre la influencia de las Cruzadas en la arquitectura militar europea. Lawrence además de visitar numerosos castillos, se entretuvo en estudiar las costumbres y los dialectos de los pueblos que habitaban aquellas regiones de Oriente.
 
Lawrence (a la izquierda) y Woolley en Karkemish (1913).
David Hogarth, conservador del Ashmolean Museum de Oxford, ejerció una influencia decisiva sobre la vida de Lawrence. En 1911, le acompañó hasta el valle del Éufrates donde el British Museum deseaba retomar los trabajos arqueológicos iniciados en 1878 en un antiguo lugar llamado Karkemish. Los excavadores ingleses estaban a la búsqueda de los hititas (un antiguo reino anatólico) en aquella vieja y polvorienta colina. Por sus conocimientos del árabe, el joven Lawrence se ocupó de la organización y dirección de los casi trescientos obreros de la excavación. En el invierno de 1912, la dirección de la excavación recayó sobre Leonard Woolley, el futuro excavador de la ciudad de Ur, la patria originaria de Abraham según el Antiguo Testamento. Lawrence continuó fielmente con su labor de asistente de campo.
 
La antigua Karkemish, junto al río Éufrates, es un importante yacimiento arqueológico que se encuentra hoy en Turquía, muy cerca de la frontera con Siria. Las excavaciones de los ingleses se prolongarían durante tres años, hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Los trabajos de campo de Lawrence permitieron sacar a la luz varias fases de ocupación del yacimiento, siendo la más espectacular por las numerosas esculturas halladas la correspondiente al llamado período Neohitita (siglos X-VIII a.C.).
 
Lawrence (a la izquierda) y Woolley junto a un relieve neohitita hallado en Karkemish (1913).
En aquellos mismos años y en aquella misma zona los ingenieros alemanes estaban construyendo un puente sobre el Éufrates para el gran ferrocarril Berlín-Bagdad. Este proyecto contemplaba la destrucción de parte de las murallas de la antigua Karkemish para obtener tierra y piedra para un terraplén del citado puente. Gracias a la intervención de Lawrence ante la autoridad otomana de Alepo se consiguió detener al ingeniero jefe alemán, un tal Contzen, y salvar así las murallas de la ciudad baja. Este conflicto derivó en una guerra abierta entre el campamento alemán e inglés por el control de esta zona estratégica. Estamos en las puertas de la Gran Guerra; y en esa situación la actividad arqueológica se confundía en ocasiones con labores de espionaje.
Hasta 1914, Lawrence compatibilizó sus tareas como ayudante de campo de Woolley en Karkemish con sus frecuentes expediciones por las aldeas cercanas. Siempre deambulaba vistiendo el traje tradicional y conversaba con la población local. En esos recorridos por la región situada al sur de Karkemish, Lawrence y Woolley adquirieron toda una serie de antigüedades (cerámicas, armas y adornos de bronce, etc.) procedentes del expolio de antiguos cementerios de la zona. Woolley las publicó en 1914 como ejemplo de las costumbres funerarias de los hititas, aunque en realidad eran objetos más arcaicos (del III milenio a.C.). La mayor parte de esos objetos adquiridos a campesinos de la región se conservan hoy en el Ashmolean Museum de Oxford, gracias a que Lawrence los envió a su amigo Hogarth, normalmente acompañados de cartas y de notas donde explicaba su procedencia exacta.

El periodista Lowell Thomas estaba extrañado por el hecho de que Lawrence hubiera escogido Oriente como campo de sus trabajos arqueológicos, en lugar del prestigioso Egipto faraónico. La respuesta de Lawrence a esta duda retrata muy bien su particular personalidad: “¡Egipto –dijo- nunca me ha seducido. La mayor parte de los trabajos importantes se han hecho ya allí, y la mayoría de los egiptólogos de hoy malgastan lastimosamente el tiempo tratando de descubrir con precisión cuándo fue pintada la tercera antena del escarabajo sagrado…!”.
Karkemish fue un puente entre sus días de estudiante en Oxford y de arqueólogo en Oriente, como Thomas E. Lawrence, y su apasionante aventura en la revuelta de las tribus árabes, ya convertido en Lawrence de Arabia.

Para saber más:
L. Thomas, Con Lawrence en Arabia, ed. del Viento, A Coruña 2007 (ed. Original 1924).
M. Brawn, Lawrence of Arabia, the life, the legend, Thames & Hudson, Londres 2005.

domingo, 12 de mayo de 2013

¿HUBO JARDINES COLGANTES EN BABILONIA?


Reconstrucción fantástica de los jardines colgantes de Babilonia.
Las murallas y los jardines colgantes de Babilonia, la estatua de Zeus en Olimpia, el coloso de Helios en Rodas, las pirámides de Egipto, el mausoleo de Halicarnaso y el templo de Artemis en Éfeso son, según el erudito romano Marco Terencio Varrón, las sietes obras del hombre que deben ser admiradas en el mundo. A ese listado de “Siete Maravillas de la Antigüedad” la  ciudad de Babilonia, hoy situada a 90 km al sur de Bagdad, aporta dos de sus grandes monumentos, por un lado, las imponentes murallas (en cuya cima se podían cruzar dos cuadrigas sin dificultad, según el geógrafo griego Estrabón) y, por otro, los exuberantes jardines suspendidos. Sobre estos últimos, el historiador romano Diodoro de Sicilia escribió lo siguiente en su obra Biblioteca Histórica:

“Estaban también, junto a la acrópolis, los llamados jardines colgantes, obra (…) de un rey sirio posterior que los construyó para dar gusto a una concubina; dicen que ésta, en efecto, era de raza persa y sentía nostalgia de los prados de sus montañas, por lo que pidió al rey que imitara, mediante la diestra práctica de la jardinería, el paisaje característico de Persia (…). Sobre éstas (las terrazas) se había acumulado un espesor de tierra suficiente para las raíces de los árboles de mayor tamaño; el suelo, una vez que fue nivelado, estaba lleno de árboles de todas las especies que pudiesen, por su tamaño o por otros atractivos, seducir el espíritu de los que los contemplasen.”

Son muchos los investigadores que, a partir de este relato y de las descripciones de otros autores de época clásica, como Estrabón, Flavio Josefo o Quinto Curcio, han intentado localizar en la ciudad de Babilonia el emplazamiento de estos jardines. Se han propuesto varias alternativas, aunque todas sin argumentos concluyentes, ya que hasta la fecha nadie ha encontrado huellas arqueológicas que ayuden a su localización. Ante esta situación, la pregunta a plantearse podría ser la siguiente: ¿Hubo en Babilonia unos jardines colgantes como afirman los autores clásicos?

De entrada, llama la atención un hecho: ningún texto de los que conocemos del rey Nabucodonosor II menciona tales jardines en Babilonia. El historiador griego Heródoto (que nos da una descripción muy detallada de los monumentos de la ciudad hacia 450 a.C.) tampoco nos habla sobre ellos. Las únicas referencias escritas proceden de autores romanos, que nunca visitaron Babilonia. Además, en su época la gran metrópoli mesopotámica no era más que un campo de ruinas abandonado.

Entre los autores grecolatinos son frecuentes las confusiones en lo referente a la historia de Mesopotamia, un mundo que les era totalmente ajeno y lejano. Por ejemplo, Diodoro sitúa Nínive, la capital del imperio asirio, junto al Éufrates, cuando ésta se localiza en realidad junto al río Tigris. Además, en su descripción de las murallas de Babilonia el autor griego tiene una evidente confusión entre las ciudades de Babilonia y posiblemente Nínive: “En las torres y murallas estaban representados animales de todas las especies con destreza técnica en el uso de los colores y en el realismo de las representaciones; el conjunto representaba una compleja cacería de todo tipo de animales salvajes, cuyo tamaño era de más de cuatro codos. En medio de ellos estaba representada también Semíramis lanzando desde un caballo un venablo contra una pantera, y junto a ella su marido Nino golpeando de cerca a un león con su lanza”.

Esta descripción no encaja en absoluto con la decoración existente en Babilonia, donde no se ha encontrado ninguna escena de caza como las descritas por Diodoro. Sin embargo, concuerda muy bien con los relieves sobre cacerías hallados en el palacio asirio de Asurbanipal (668-630 a.C.) en Nínive. A esta confusión ha podido contribuir el hecho de que algunos reyes asirios, como Senaquerib (704-681 a.C.), llevaran el título de rey de Babilonia. De este mismo monarca asirio, se encontró en Nínive un bajorrelieve donde se representan unos frondosos jardines regados por un acueducto. Estos datos nos permiten apuntar la siguiente hipótesis. Babilonia no parece ser, pese a lo que indica la tradición clásica, la ciudad de los jardines colgantes. Por el contrario, el palacio de Senaquerib en la ciudad asiria de Nínive es un excelente candidato para los famosos jardines.
 
Relieve asirio con jardines, canales y acueducto: ¿Jardines colgantes de Nínive?

















El rey Nabucodonosor II (605-562 a.C.), que tantas obras de embellecimiento llevó cabo en Babilonia, y el historiador Heródoto, en su detallada descripción de la ciudad, no hablan de los jardines colgantes, ya que es probable que nunca existieran. O al menos no tenemos pruebas de su existencia. Pero, por absurdo que parezca, el mito se ha impuesto y seguiremos hablando y escribiendo sobre los jardines colgantes de Babilonia como una de las Siete maravillas del mundo antiguo. El mito ha ganado una vez más a la historia.

PS. El pasado 6 de mayo la prensa británica se hizo eco de las recientes investigaciones sobre los jardines colgantes de Babilonia de Stephanie Dalley, de la Universidad de Oxford, que en breve publicará un libro sobre el tema, donde concluye que realmente estuvieron en Nínive. Más información en:
http://www.dailymail.co.uk/news/article-2320086/The-Hanging-Gardens--Nineveh-Lost-Wonder-Ancient-World-actually-300-miles-Babylon.html

 

domingo, 5 de mayo de 2013

EL PATRIMONIO ARQUEOLÓGICO DE SIRIA EN PELIGRO

Apamea tras el saqueo sufrido.

La actualidad manda. Por esa razón, esta nueva entrada está dedicada a la dramática situación que vive Siria. Es obvio que no hay mayor tesoro que la vida. Sin embargo, esta premisa universal está siendo objeto del más absoluto menosprecio en el conflicto que desde hace más de dos años asola suelo sirio. La barbarie de la guerra no tiene límites. No hay ni el más mínimo respeto a los derechos humanos (a decir verdad, este ya escaseaba antes del estallido de la actual crisis). Y Occidente mirando para otro lado. Esta no es su guerra. Ya ha tenido suficiente con los fracasos de Iraq y Afganistán.

Pero además de la injusta e injustificable crisis humanitaria que vive el pueblo sirio, hay otro drama que está asolando con su pasado histórico. Me atrevo a hablar de la existencia de un verdadero genocidio cultural. Siria es conocida mundialmente como “crisol de civilizaciones” y como “paraíso de la arqueología”. De hecho, hasta marzo de 2011 casi dos centenares de equipos internacionales estaban trabajando en yacimientos arqueológicos de la zona. Pero en un conflicto armado con un nivel de atrocidad como el actual, el patrimonio cultural queda relegado a un segundo plano, a pesar de tratarse en muchos casos de monumentos únicos e insustituibles de nuestra historia universal. Es un deber de las autoridades sirias e internacionales luchar por su preservación para las futuras generaciones. Pero si bien poco hacen por salvar vidas humanas, ¿qué podemos esperar con respecto a la salvaguarda de antiguas ruinas? Nada. Sirvan de muestra algunos ejemplos. El minarete de la mezquita omeya de Alepo (siglo XI) ha sido demolido; las ciudades helenísticas de Apamea y Dura-Europos (siglo III a.C.) o la ciudad romana de Palmira (siglo III d.C.) han sido bombardeadas…

Más grave es aún, si cabe, la actuación de las mafias dedicadas al tráfico ilegal de antigüedades, afanadas hoy en el saqueo sistemático de los yacimientos arqueológicos de Siria con el único objeto de un enriquecimiento ilícito. De estos saqueos no se han librado ciudades tan importantes como Ebla y Mari, fundadas en el III milenio a.C.

La escasa información disponible apunta a que mosaicos, capiteles, tablillas cuneiformes y otros objetos están circulando ilegalmente por el mercado negro de obras de arte de Europa y Estados Unidos. En el caso, poco probable, de que todas estas piezas fueran recuperadas el daño que han sufrido los yacimientos de donde proceden es ya irreparable. Ante este panorama, se puede concluir que la arqueología de Mesopotamia vive hoy el peor momento de su historia, pues al desastre iraquí se une ahora el de Siria.


Hace unos días tuve noticia del bombardeo por parte de la artillería siria del puente colgante de Deir ez-Zor, una gran pasarela peatonal levantada hace 90 años por los franceses sobre el río Éufrates (y recientemente restaurada). Esta era una zona de recreo, muy frecuentada en verano por los jóvenes de la ciudad para bañarse, pasear, charlar y tomar un té con la familia en algunas de las cafeterías situadas a orillas del río. No se trata, por tanto, de un lugar con valor estratégico. La destrucción de este puente no tiene ningún sentido, salvo que se haya querido eliminar un símbolo de la época del protectorado francés (Francia está siendo muy crítica con el régimen de Damasco). 

Puente colgante de Deir ez-Zor, construido en 1924.
El derribo de este puente lo he sentido especialmente, pues es un lugar que encierra inolvidables recuerdos para aquellos que hemos formado parte del “Proyecto Arqueológico Medio Éufrates Sirio” (2005-2011). Tras cada campaña de arduo trabajo en yacimientos arqueológicos de la zona, siempre nos esperaba  un paseo en un viejo barco por las aguas milenarias del Éufrates junto al puente ahora caído. Era una experiencia inolvidable.





Ante este panorama tan desolador, sólo me queda soñar con que esta barbarie acabe lo antes posible para que Siria recupere la paz y la libertad que se merece como tierra hospitalaria que es.

Más información en:


miércoles, 1 de mayo de 2013

EX ORIENTE LUX. UNA DECLARACIÓN DE INTENCIONES


Esta fotografía de Eloy Taboada en la que los rayos dorados del sol se reflejan sobre las milenarias aguas del río Éufrates, a su paso por suelo sirio, simboliza muy bien el espíritu con el que nace el presente blog: “la luz que llega de Oriente”. Tradicionalmente, se nos ha hecho ver que Occidente era heredero de las antiguas civilizaciones clásicas, esto es, Grecia y Roma. Esta premisa, que nace en los siglos del Renacimiento, está basada en una concepción eurocéntrica de la historia. Sin embargo, más de 170 años de investigaciones arqueológicas en el antiguo Oriente han dejado sin fundamento científico esta idea preconcebida, que incomprensiblemente aún sigue arraigada en nuestra sociedad, ya sea por ignorancia o prejuicio. La ciudad, la realeza, la escritura o el derecho, por citar algunos ejemplos, nacieron en la llanura regada por las aguas del Tigris y del Éufrates, una vasta región aluvial que los geógrafos griegos llamaron Mesopotamia (“País entre ríos”). El antiguo país mesopotámico, que hoy se corresponde con Iraq y parte de Siria, fue la cuna que vio nacer a la primera civilización urbana hace ahora más de cinco mil años.

Con el objetivo de difundir este patrimonio cultural poco valorado en nuestra sociedad actual, debido en gran medida a su desconocimiento, nace “Ex Oriente Lux”. Aprovechando las herramientas que pone a nuestro servicio la actual Era Digital, pretendemos situar a Mesopotamia en el lugar que le corresponde dentro de nuestra Historia Universal. Un legado cultural, además, amenazado por los actuales conflictos armados que asolan Siria e Iraq.

Al comienzo de cada semana “Ex Oriente Lux” pondrá a disposición de sus seguidores una nueva entrada con la que dar a conocer los entresijos de la historia de Mesopotamia (novedades, curiosidades, recomendaciones de libros…). La primera entrada la dedicaremos a los célebres jardines colgantes de Babilonia, catalogados como una de las siete maravillas del mundo antiguo: ¿Mito o realidad?